A veces, tienes que mentirte a ti misma para lograr avanzar. Convencerte de que no siempre los sueño se cumple para lograr olvidar. No basta con creer haber pasado página para lograr resistir; con sonreír para lograr ser feliz.
A veces, no es suficiente con luchar para lograr vencer, ni con arriesgar para no perder.
Porque, en ocasiones, te das cuenta de lo alto que estás del suelo cuando la nube en la que volabas se deshace y chocas contra él. Es entonces cuando te das cuenta de que por tanto mentirte has acabo siendo una mentira. De que ya no te quedan ganas de cumplir tus sueños, o de que, a lo mejor, no te quedan ni sueños. Que, por empezar tantas páginas en blanco, el libro se te quedó sin hojas y el tintero rebosa palabras. Que por intentar ser feliz, se te olvidó sonreír. Que ya no luchas por miedo a acabar perdiendo.
Y, ahora que lo pienso, yo ya he perdido. Pues hace tiempo que no encuentro mi camino, mis ganas, mis ilusiones, mis mil sonrisas. Hace tiempo que no me encuentro ni en el reflejo del espejo. Las dudas, la desconfianza, la desesperanza y el miedo, me nublan la vista hasta el punto de no dejarme ver.
La luz, que para ahuyentar todas esas sensaciones, al hacerse de noche encendía junto a mi cama cuando era niña, ya no me sirve, ya no me calma, ya no me basta.
Y...¿qué hacer si ya no me sirve con abrazarme al peluche que ocupa mi cama cuando las pesadillas no me dejan dormir? ¿Qué hago si, en verdad, sigo siendo la misma niña de aquel entonces? Con la misma inocencia, los mismos miedos, la misma esperanza y los mismos objetivos en la vida.
Tú, que dices ser siempre tan atenta, concédeme un deseo. Prometo prometerme entenderme, darme tiempo y no agobiarme. A cambio, prométeme respetarme, ser justa y no olvidarme.
Tú, mierda de vida, ¡tiéndeme la mano que empiezo a estar cansada de tener que enfrentarnos en duelos de vida o muerte!
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