Con el corazón abierto, con el dolor entre los dientes, con las lágrimas clavándose en mis mejillas. Con las mejillas rojas de la rabia y la rabia en aumento por el momento. Momento de reprocharme de nuevo por qué sigo tropezando con la piedra de creer tanto cuento. Cuentos que la gente cuenta sin tener en cuenta los sentimientos agenos. Gente que es agena a todo aquello que no sea su propio ombligo, su propia órbita de egocentrismo.
Duele darse cuenta de que por mucho que hagas por una persona, no te paga con la misma moneda. Aunque lo des todo por alguien, ese alguien puede que ya lo haya dado todo por otra persona y no le quede nada para ti. Incluso ni en los momentos más delicados para ti. Duele y mucho.
Duele ver cómo ese alguien por quien te desvives hace lo imposible por cumplir las promesas que le hizo a esa otra persona por quien parece que respira, mientras que las que a ti te hizo se las salta a la ligera. No parece recordar que te prometió estar a tu lado para superar todos tus miedos, para ayudarte a ser un poquito más feliz, para hacerte algo más sencilla esta vida que a veces tanto se nos complica. Y tú, mientras tanto, parece que no tienes otra alternativa que recoger tus lágrimas y esa multitud de sentimientos que te acechan (decepción, abandono...) en un cuenquito de cristal para que, por lo menos, les alcance la luz del sol y pueda derretirlos con su calor; ese calor en el que tú hoy tanto necesitas abrigarte, hoy más que nunca.