Que me tachen de ilusionista, de ser desmedida. Y es que, curiosamente, llegaste poniendo todo en orden, arrastrando con tu llegada las ilusiones en falso que hasta el momento se habían anclado tan dentro de mí. Porque llegaste sin promesas, sin "para siempres", sin pretensiones. Llegaste con esa sonrisa de oreja a oreja que tanto me chifla, con esa actitud cómplice ante todo lo que me venía pasando. Viniste cargado de abrazos, besos, caricias, palabras tiernas y calma, mucha calma. Viniste cargado de ti. Y con todo ello me estás regalando momentos que le dan vida a mi vida. De esos que no es necesario inmortalizar en instántaneas ni compartirlos en las redes sociales. Basta con que tú y yo los vivamos para que no expiren. Porque los sentimientos se escurren en las cámaras y sólo tú y yo sabemos qué hay realmente detrás de nuestras sonrisas y qué sucede dentro de nuestras sábanas.
Has atravesado mi piel con la sutileza más hermosa que recuerdo. Me has enseñado que para ver las estrellas no hace falta más que mirar dentro de mí. Me has enseñado que el color del traje que visten mis días lo elije siempre la pena si no busco la alegría. Todo eso y mucho más me lo has enseñado tú, amor.
Tú haces que sea más humana, más auténtica. Consigues que ría hasta que me duelen las comisuras. Me besas hasta provocarles agujetas a mis labios. Me quieres de una forma tan bonita que no necesito tiempos, ni expectativas ni etiquetas. Basta con ser nosotros cuando estamos juntos. Basta con esos "te quiero" que pronuncias cuando nos abrazamos. Basta con lo que me cuidas. Basta con que queramos volver a vernos. Y si algún día decidimos no volver, que no nos sintamos mal por ello, porque lo que tal vez no sabes es que así ya me basta. Te quiero.