El tiempo pasa tan rápido cuando nos gustaría que el mundo dejase de dar vueltas...tan despacio cuando deseamos que las hojas de nuestro calendario volasen...Y vuelve tu vida a estar marcada por el sello de la rutina, y vuelves a ver las mismas caras de cansancio en cada esquina de la calle que recorres de camino a tus obligaciones, a tus quehaceres.
Mientras la luna asomaba tímidamente, día tras día, deseabas lo mismo: estar un día más, a la misma hora, en el mismo sitio, con la misma gente, viendo el mismo paisaje, sintiendo la misma tranquilidad, la misma sensación de paz.
Es entonces cuando te das cuenta de lo importante que es vivir cada instante al máximo, disfrutar cada segundo como si fuera el último. Es entonces cuando empiezas a añorar esas tardes en las que veías cómo el sol se escondía tras las montañas mientras tú lo observabas tumbada en una campa de tu pueblo, en alguna playa gaditana, en un banco de una ciudad desconocida...sin que él lo supiese, aprovechando sus últimos rayos.
Porque cuando todo vuelve a ser como antes, cuando te ves obligada a vol
ver a las obligaciones que un día sin saber por qué decidiste tener en tú vida, echas de menos el verano, los baños en la playa a altas horas de la madrugada, el chico con el que te encaprichaste en las jaias del pueblo, el olor a libertad, el sonreir despreocupadamente.
Y las imágenes, cada momento especial, pasa uno a uno por tu mente como una estrella fugaz por el cielo. Y entonces sonríes, sin querer, siendo tú la única que conoce el motivo de tu risa.
Recuerdas cada una de las caras que hicieron olvidarte del mundo durante tres meses, probablemente los mejores tres meses de cada año de tu vida. :)